Desde hace relativamente poco en la historia, las emociones y el afecto han ido ganando peso en nuestra sociedad. Han dejado de tener un papel negativo y han pasado de ser reprimidas a convertirse en un elemento a tener en cuenta, positivo, que nos ayuda a actuar y a tomar las diferentes decisiones para adaptarnos a nuestro día a día.
Por este motivo, no sólo es importante poner en práctica esta información en los estadios iniciales de la vida. Durante la etapa adulta y la vejez, los humanos seguimos sintiendo emociones, viviendo situaciones que nos pueden ser difíciles de afrontar (como la soledad, la pérdida de un ser querido y la sensación de ”inutilidad”) y experimentando cambios muy diversos a los cuales tenemos que hacer frente, a nivel tanto físico como cognitivo y social. Especialmente, las personas mayores experimentan en la última etapa de la vida una serie de situaciones que pueden debilitar su autoestima. Es importante que el individuo cuente con los recursos necesarios para prevenir estos cambios o bien hacer frente y adaptarse a la nueva situación con las mínimas consecuencias negativas posibles.
Además del cariz adaptativo, la educación emocional es de gran importancia para conseguir una adecuada socialización y una buena calidad de vida, ya que actúa como factor protector ante problemas médicos y psicológicos. La vejez es una etapa clave para seguir trabajando aspectos emocionales, además de por las razones expuestas anteriormente, porque es un momento de la vida donde podemos aprovecharnos de las experiencias vividas, tanto de las más positivas cómo de las menos buenas. Tener una larga trayectoria de vida, nos permite tomar conciencia del significado de las experiencias y ver cómo hemos creado nuestra personalidad y nuestra individualidad a partir de ellas.
Así, trabajar la educación emocional y social a lo largo de nuestra vida con diferentes dinámicas ayudará a adquirir competencias que no se han logrado o potenciar y mejorar otros. Por los cambios experimentados en esta etapa de la vida, será importante trabajar estrategias adecuadas de regulación emocional, especialmente en relación a las emociones de cariz negativo; se tendrá que trabajar más directamente el reconocimiento de las diferentes emociones y la conexión entre pensamiento y emoción. Tener esta habilidad, ser capaces de entender nuestras emociones y saber expresarlas nos ayudará a mejorar nuestra autoestima, prevendrá el desarrollo de problemas emocionales (cómo son la ansiedad y la depresión) y como consecuencia, obtendremos una mejor calidad de vida.
Desde el campo de la educación socioemocional se pueden crear talleres, debates y dinámicas donde se tenga presente la necesidad de los participantes, sus intereses y sus inquietudes y presentar situaciones donde la persona se imagine a ella misma en una cierta situación. A través de la descripción, el reconocimiento de las posibles sensaciones, pensamientos y/o emociones, con el educador social como mediador y, igualmente, participando de la actividad, y gracias al intercambio de las propias experiencias, conocimientos y opiniones y, sobre todo, de las diferentes propuestas o soluciones a las problemáticas imaginarias que se planteen, los usuarios o residentes serán participantes directos, siendo ellos mismos protagonistas de su cambio y desarrollo personal, empleando los ratos de ocio como un recurso por la formación integral de la persona.
Mireia Abad
Educadora social