Imagínese que usted busca un piso de alquiler con muebles. Lo va a ver, le gusta y se lo queda. Cree que, aunque esté condicionado, pondrá sus cosas? ¿O cree que vivirá sin poner ningún complemento propio? Probablemente, ponga una planta, o un cuadro, o una fotografía o aquel objeto tan insignificante para los demás pero tan importante por usted y es que el ser humano hace un tipo de vínculo con ciertos bienes materiales, relevantes por él. Un vínculo que nos liga a los recuerdos, a los momentos y que de alguna manera nos acompaña. ¿Pasa lo mismo en las habitaciones en residencias de personas mayores?
Desde luego. Tener ochenta años y vivir a una residencia no es un caso diferente. Por eso, consideramos de vital importancia que los residentes hagan propio su espacio. En las habitaciones de nuestros centros, las personas que viven las hacen suyas. Fotografías, objetos significativos o cualquier otro tipo de pertenencia, ayuda a la persona a estar con contacto con su vida presente y pasada.
Éste es un tema que de entrada puede pasar por alto, pero que nosotros consideramos que es el inicio de una estancia agradable y cómoda. Si para cualquiera de nosotros, a diferentes edades, es importante mantener aquel recuerdo de manera presente y cercana, imagínese de qué manera lo es para una persona que lleva a sus hombros muchos momentos vividos.
Tal como mencionábamos antes, las personas no sólo hacemos vínculos con otras personas, también lo hacemos con las cosas. La interacción que hacemos con ellas, no sólo nos dice mucho nosotros mismos sino que también nos deja la posibilidad de convivir con las cosas que para nosotros son o han sido significativas. Y ¿por qué es tan importante esto para nosotros? Por un lado porque consideramos que la habitación de un residente es su casa y que para vivir con comodidad es importante crear un espacio donde haya cabida para poner los significados más importantes de una vida propia. Por otro lado, el hecho de personalizar una habitación hace que el residente entre en contacto directo con su memoria, lo cual la mantiene activa.
Las habitaciones de nuestras residencias son todas diferentes igual que lo son nuestras casas y no porque sean más grandes o más pequeñas sino porque son propias y dentro de cada una hay mucho nosotros. Nos gusta aquel cuadro y lo queremos colgado “aquí” y cuando lo miramos nos sentimos satisfechos. Si a esto le sumamos que este cuadro nos lo regaló nuestra madre en un aniversario o es el retrato de nuestro mejor amigo, todavía nos sentimos más orgullosos. Pues bien, resulta muy gratificante ver que en nuestros centros, las habitaciones adquieren personalidad propia.
María, por ejemplo, tiene la habitación llena de cosas. Fotografías en las estanterías, dibujos de los nietos colgados en la pared, la miniatura de un coche antiguo, cajas con papeles, libros e incluso un teclado. Adora la música. Cuando te invita a pasar a su habitación coge un álbum de fotos y te explica quién eran sus padres. Sin duda, esto no sólo es una fuente de bienestar para ella sino que además hace otra función importante. La de mantener su memoria activa y hacerla trabajar.
La habitación de Pere, por ejemplo, es muy diferente. Hay menos cosas pero una que llama la atención. Flores de papeles. Las hacía él cuando era joven. hacía muchas, le encantaban y ahora que ha hecho los noventa y tres años, las guarda con orgullo. Curiosamente, también te explica como las hacía cuando era joven y cuántas tenía. Así que la memoria vuelve a estar conectada.
De este modo encontramos una historia de vida, y otra historia y otra. En resumen; VIDAS. Cada una particular, cada una diferente. Únicas e insustituibles. Y es que ciertamente nos “enganchamos” a aquello que no queremos perder, que es importante por nosotros y que a pesar de que pase el tiempo, deseamos que perdure.
Núria Costa
Psicóloga Mas Piteu