Cómo es bien sabido, el proceso de envejecimiento no sólo implica cambios a nivel físico y biológico. Es en sí mismo, además, un acontecimiento psicológico, social y cultural que queda influido por la idea que la sociedad tiene sobre el concepto de “vejez”. Aunque de manera general se podría afirmar que, si lo comparamos con las generaciones más jóvenes, las persones mayores son un colectivo de los que recibe menos beneficios, las diferentes sociedades y culturas se comportarán de forma diversa según esta latente y general idea.
Desde el punto de vista de la participación social, hay dos teorías principales que explican lo que sucede en la sociedad cuando los individuos llegan a formar parte del grupo de la tercera edad. La primera de ellas es la teoría de la desvinculación, que defiende o sostiene que a partir de una cierta edad la persona tiene que desvincularse del mundo. Esta ideología se encuentra implícita en muchas de las acciones sociales que dicen proteger a la persona en edades avanzadas. Uno de los ejemplos más vistosos que sigue esta línea sería la jubilación obligatoria aunque la persona no lo desee y se encuentre en buenas condiciones.
Con esta teoría traída a la práctica, consecuentemente es inevitable observar una actitud de retraimiento que va aumentando cada vez más, mostrando, en muchas ocasiones, eventualmente desinterés por la vida de los demás y una reducción en los compromisos sociales (como por ejemplo cuidar del nietos o formar parte de acontecimientos políticos y participar en las votaciones).
En contraposición encontramos la teoría de la actividad. En ella se postula que el envejecimiento es más satisfactorio en cuántas más actividades realice el individuo. Así, es la base del envejecimiento activo.
Presentadas las dos teorías, haría falta ahora analizar las consecuencias que tendría para los individuos seguir una u otra orientación. Los individuos guiados por la primera teoría expuesta, la de desvinculación, argumentan que este hecho de “retirarse” del mundo es positivo, pues la persona no se verá sometida a situaciones que requieran de difíciles soluciones y que, por lo tanto, se evitarían los sentimientos de incapacidad y de angustia (frecuentes en esta etapa de la vida). Pero, ¿es necesario realmente que un individuo deje de llevar a cabo actividades y de disfrutar de ellas para evitar estas emociones negativas? Cómo se puede evitar que una persona no quede aislada de su medio y que se fomente las relaciones sociales para seguir manteniendo una buena calidad de vida con esta desvinculación del mundo?
Por otro lado, si seguimos propiamente el que dice la teoría de la actividad, ¿estaríamos respetando el deseo de algunas personas que quieren descansar y relajarse ahora que ya han cumplido con ciertos objetivos y sienten que ha finalizado su tiempo de trabajo?
Ante estas preguntas, puede ser la clave sería buscar y realizar las actividades que siempre han sido de interés por uno mismo y/o buscar otros que igualmente se ajusten a la persona y sean motivadoras. Asímismo, adaptarlas siempre a su nivel físico y cognitivo es un punto importante para evitar sensaciones de ineptitud, consiguiéndolo a través de un seguimiento individualizado. Conocer los gustos y las preferencias de nuestros residentes para hacerlos partícipes de las dinámicas que se realizan en el centro es una parte importante de nuestro día a día para que disfruten los ratos de ocio, se socialicen y sigan adquiriendo habilidades sociales, emocionales y cognitivas.
Como conclusión, por lo tanto, tal y como ya indicaba en su teoría del desarrollo Havighurst, una opción interesante sería disminuir de manera selectiva las actividades que se llevarán a cabo, manteniéndose y fomentando la participación sólo en aquellas que aporten más beneficios, calidad de vida y satisfacción personal.